Jorge Prelorán*
En la búsqueda del protagonista
puede que nos frene el saber que no contamos con el dinero para llegar a él o
para compensarlo por su colaboración.
El tema de la financiación es
algo de lo que no nos podemos evadir, pero no debemos dejar esa problemática
anule nuestra creatividad. Tengamos en cuenta estrategias de sentido común para
resolverlo. Lo más lógico es hacer nuestro trabajo cerca de donde vivimos para
evitar los gastos que insumen viajes y estadías largas fuera del hogar. Por eso
la primera mirada en busca del personaje podría hacerse dentro del propio
barrio, pueblo o ciudad donde uno habita.
Sin
embargo, si somos gente de ciudad, pero tenemos la suerte de contar con algunos
recursos, lo ideal para el que se dedique a esta profesión sería tratar de
documentar personas alejadas de su ambiente, y situarse especialmente en zonas
rurales.
A mi
entender, los acontecimientos muy cotidianos pueden y de hecho son muy
importantes para adentrase en el conocimiento de una cultura, pero por serles
familiares al cineasta o investigador, se corre el riesgo de que detalles
fundamentales se pasen por alto o se los decida desestimar por considerarlos
muy obvios. Algunos antropólogos explican que, cuando se les pregunta a los que
participan en un estudio, el porqué de algún comportamiento, las respuestas
suelen estar acompañadas de incredulidad: “Hacemos las cosas así porque se
hacen así…”, y punto. El investigador tiene que explorar hasta lograr una
explicación que le aclare el panorama. Si el investigador o filmador es de la misma cultura, puede ver todo tan
“natural” que lo que ocurre a su alrededor le parezca poco digno de documentar.
Además,
desde un punto de vista logístico, si enfocamos en la necesidad de “robarle” tiempo a nuestros personajes,
las zonas rurales son más sosegadas, los habitantes tienen más tiempo para
compartir con los visitantes y, seguramente, ellos no asociarán el valor del
tiempo al dinero como solemos hacer nosotros, los urbanos.
Por
otra parte, las personas de campo están más ligadas a la tierra, a los ciclos
de la naturaleza, a estructuras familiares más estables, y la documentación se
hace más manejable, menos compleja. Otra beneficio radica en el planeamiento:
el filmador, después de un tiempo de convivir en la zona, puede predecir
acontecimientos y estar preparado para captarlos con frescura en el momento en
que ocurren. No olvidemos que el cine etnográfico tiene una regla de oro:
precisamente, el de captar los eventos en el momento de su devenir cotidiano.
Siguiendo
con la idea de elegir una zona rural para filmar, mi experiencia me dice que es
preferible definir lo antes posible quién será el protagonista. Y una vez
lograda su aprobación para documentarlo, elegir un lugar de residencia lo
suficientemente alejado para no interrumpir la rutina de aquellos que deseamos
filmar, pero, a la vez, lo suficientemente cercano como para poder visitarlo a
menudo sin tener que incurrir a gastos excesivos de viaje y tiempo.
Es
importante hacer el esfuerzo “ideal” hay que contar con un poco de suerte,
mucho de paciencia y algo de técnica en lo que los antropólogos han dado en
llamar “estrategias de reclutamiento”. Si se sigue la forma que antes comentaba
de llegar a la cultura sin ideas preconcebidas, para dejarse guiar o inspirar
por los personajes, y para así llegar a entender sus comportamientos, al
comenzar un proyecto de filmación sólo contaríamos con la ingenuidad de un niño.
¿Cuál sería el primer paso? A mi entender, sabiendo con que recursos contamos,
lo primero sería establecer la locación. Es decir, ver en un mapa hacia dónde
encaminaremos nuestros pasos.
Por
ejemplo, si yo fuera un joven que vive en Buenos Aires y no tuviera mucho
dinero para moverme, comenzaría a planear la realización de mí película
analizando mis opciones. Vería qué podría encontrar de interés se enfocara mi
búsqueda de personajes siguiendo un camino hacia el sur. Estudiaría las
características de las poblaciones, los barrios, las pequeñas ciudades que se
extienden casi sin interrupción hasta La Plata. Anotaría todo aquello que
despertara mi curiosidad. Luego haría lo mismo hacia el oeste, tomando como
destino final la localidad de Luján. Es posible que viera que en algunos de los
pueblos hay chacras y lugares pocos poblados, quizás (pensaría yo) ahí
encuentre personajes interesantes que podrían darme una idea más clara de los
habitantes de las pampas.
Por el
contrario, si fuera ese mismo joven, pero con más recursos económicos que me
permitieran moverme con más libertad, pondría mi mirada fuera de la provincia de
Buenos Aires. Y estaría analizando las posibilidades de filmación en el norte
del país. En realidad esto fue lo que me paso a mí: al visitar el norte mi
interés creció, encontré una geografía más variada, un ambiente natural que
podría ser más dramático, más interesante de fotografiar.
No dudo
de que quien comience con este tipo de búsqueda va a preguntarse si será
posible encontrar personas con historias que merezcan ser contadas. Mi
respuesta es que sí las hay; es tarea del documentalista poner su esfuerzo,
talento y sensibilidad para encontrarlas.
Muchos
documentalistas, entre los que me incluyo, han encontrado personajes
extraordinarios que viven en forma muy semejante a como lo harían sus
antepasados, con costumbres y tradiciones que nos puede enseñar mucho de la
historia de cómo se fue formando el ser argentino. Los que conocen mi
filmografía sabrán que el noroeste fue mi elección número uno; como dicen
ahora: mi Plan A. Sin embargo, sugiero tener siempre un plan alternativo, el
Plan B, por si los recursos para llegar a Jujuy o Salta resultan insuficientes,
u otros inconvenientes se presentaran en el camino. Si eso pasara, y si para mi
documentar fuera –como de verdad lo sentí- un compromiso ineludible, apelaría
al Plan B, que podría implicar quedarme, por ejemplo, documentando el delta del
Río de la Plata con se extensa red de afluentes, con pescadores aislados que
podrían compartir conmigo sus historias…
O artesanos.
O los
fruteros que llevan sus productos al Tigre y cuyas vidas podrían darme la
información que necesito para conocernos mejor. Pienso que aprender
sobre la vida de los isleños, como consecuencia, nos enseñará acerca de
aspectos de nuestra propia vida. ¡Un buen paso para comenzar a descubrir qué
significa ser argentino!
Una vez
elegida la zona viene la preparación del viaje. Lo primero que sugiero es salir
“ligero de equipaje”. Lo segundo, que ni bien se arriba a destino se elija un
alojamiento temporal, ya que el definitivo se deberá determinar una vez que se
logre individualizar al personaje.
El paso
siguiente es ponerse a la tarea de buscar el personaje; y por supuesto, la
forma es comenzando tomar contacto con los pobladores del lugar. La idea es
presentarse con apertura y honestidad.
Explicar lo que uno es: un documentalista que cuenta con recursos mínimos,
interesado en conocer cómo vive la gente de la zona que –eventualmente- si se
le da permiso, intentará hacer una película que refleje las vivencias del
lugar. Explicar que uno no ha llegado para criticar, sino para aprender. Decir
–si es posible- qué fue lo que nos hizo llegar: ¿su paisaje? ¿Una historia
reciente escuchada por la radio? Una vez
entablada cierta relación, comentarle
varias personas el deseo de conocer a algún vecino considerado honesto y
buen conocedor de la zona. Es interesante ver que muy a menudo las personas a
quien se preguntan coinciden en el nombre de alguien que es especialmente
respetado: a veces se trata de un artesano a quien se admira por su destreza en el
oficio, otras un payador al que se lo reverencia por su canto. Lo cierto es que
ese alguien suele ser descripto como “una persona muy servicial, que le va a
dar una mano cuando lo necesite”. Esta información es fundamental, esa persona
puede llegar ser el personaje de nuestra película o el puente que nos lleve a
él.
El que
varias personas de la comunidad lo señalen a un hombre o mujer como alguien
especial es lo que nos indicaría que estamos ante la posibilidad de conocer a
un ser “positivo”. A mi entender, encontrar a un ser con una imagen positiva es
importante –viéndolo en la pantalla-, es alguien con el cual la audiencia puede
establecer empatía, alguien que es fácil llegar a respetar; un ser que nos
lleve a querer escucharlo, a querer entender –nosotros los de afuera-, los
secretos de su cultura.
Sugiero,
para la elección del personaje de la primera película, a un artesano, o alguien
que se dedique a hacer un trabajo repetitivo. Las ventajas son que esa persona
estará trabajando la mayoría de las veces sobre algo bello y mediante un
proceso que involucra repetición y cierto tiempo. Además, el artesano pasa la
mayor parte del día realizando sus tareas en la casa, ocupándose de un proceso
que, como queda dicho, exige cierta repetición. Esto nos da la facilidad de
filmar con calma, ya que sabemos que lo que está haciendo hoy –si no podemos
captarlo en el momento que ocurre-, habrá la oportunidad de documentarlo en un
mañana. Es decir, es una actividad controlable,
muy distinta a un encuentro fortuito o una ceremonia imprevista que, si la
perdemos, difícilmente podríamos reemplazarla en imagen.
Una vez
individualizados los personajes, hay que dedicarle tiempo a las visitas.
Recordemos que dije al principio que el tiempo era uno de los factores no
negociables en el proceso de realización de etnografías.
Mi
experiencia me dice que parecería ser que no es uno el que elige al personaje,
sino el personaje a uno. A veces, por intermedio de un amigo que nos conoce y
convence al individuo de que nuestra intención es valedera, otras por un sueño
que anunció nuestra visita y nos abre las puertas de la casa, otras por perros
que se muestran amigables en nuestra compañía; lo cierto que todas esas cosas
ayudan en el primer contacto, pero es el tiempo lo que cimienta la relación y
permite profundizar la amistad.
Cortado
el hielo del primer encuentro, las continuas visitas permitirán entablar una
relación cálida que sería el ingrediente básico para la realización de una
película que yo llamaría de tipo humanista. Para mí, la película es siempre el
reflejo de la relación con los personajes, y esa relación siempre está primero
que la película en sí. El personaje se
va convirtiendo en el amigo que me guiará por el camino del descubrimiento de
su cultura.
Para
facilitar la presentación de un modelo de producción de cine etnobiográfico, me
permito seguir con la idea de que es preferible elegir una zona rural. En mi
trabajo me di cuenta de que sea el eje central de la película y cuya biografía
nos abra las puertas hacia un conocimiento más general. La búsqueda de personajes secundarios es mucho más fácil, ya
que suelen ser las personas que estén en relación con el personaje central. Es
decir, el contacto con los personajes secundarios casi siempre se entabla a
través del protagonista y/o su familia, lo que los antropólogos llaman técnicas
de reclutamiento “bola de nieve”.
Ya en
contacto con el protagonista, e instalados en nuestra residencia permanente,
con tiempo de confraternizar con las personas del lugar, viene el momento de la
reflexión y la calma. Es el momento de hacer una lista de nuestras
expectativas: ¿Qué es lo que esperamos lograr? ¿Qué inconvenientes anticipamos
para nosotros mismos y para nuestro personaje como consecuencia del proyecto
que nos estamos embarcando? Con nuestra
mente ya en claro, viene el paso siguiente: dialogar con el protagonista sobre
los pro y contras que puede acarrearle la participación en un filme de este
tipo.
Sólo
una vez establecido el compromiso mutuo –el personaje compartirá los conocimientos
de su cultura y el documentalista los grabará con honestidad- se llegaría a la
tan esperada filmación. Ya dentro de la propia documentación, recomiendo tener
en cuenta lo que yo llamo “ejercicio de la humildad”: la cualidad de dejarnos
guiar como chicos. Nuestra misión es aprender y para ello es bueno dejarse
sorprender por lo nuevo, lo distinto que se nos muestre, estar dispuestos a oír
lo que se nos explica, sin discutirlo ni criticarlo. Pienso que el comienzo de
este proceso es el tiempo ideal de tomar apuntes; de grabar sin convertirnos en
intrusos o disruptores de la rutina del hogar. El uso de la cámara sería para
el futuro, éste es más que nada el momento de la observación e inspiración. Fue
en ese período, en el que, en una de mis películas, Cochengo Miranda, sentí la
importancia del molino de viento. Había estado recorriendo la zona y había
visto esos molinos, pero no me llamaron demasiado la atención. Sin embargo, una
tardecita, mientras mateábamos con don Cachengo y él me contaba sobre las costumbres
antiguas de la zona, me di cuenta de que esos molinos eran, no sólo sinónimo de
vida, sino de libertad.
El uso
y cuidado del agua es vital para las familias que habitan en la zona desértica
del oeste pampeano. Pero esos molinos les habían dado algo más que la
posibilidad de sobrevivir. En el pasado, me contaba Cachengo, el agua se sacaba
de pozos a tiro de caballo y para mantener una familia de seis, más unos
poquitos animales para el consumo, tenías que emplear a dos personas de diez a
doce horas diarias para llenar los bebederos. Demás está decir que su imagen la
usé como metáfora y se convirtió en un leitmotiv
de esa película.
*Jorge Prelorán es Profesor Emérito de la Universidad de
California, Los Angeles (UCLA), y en los últimos 40 años ha trabajado en el
área de películas educativas. Comenzó su carrera docente en su país natal, la
Argentina, en la Universidad Nacional de Tucumán, y la continuó en los Estados
Unidos. Sus documentales registran la vida de personas en las Américas, aunque
la mayoría de ellos comparten con el autor su nacionalidad argentina. Fue
pionero en la creación del género de películas conocidas como etnobiográficas,
historias de vida de personajes a través de los cuales es posible conocer en
profundidad la cultura en la que están enraizados. El trabajo de Prelorán ha
sido auspiciado por el Fondo Nacional de las Artes (Argentina), las Fundaciones
Antorchas, Guggenheim y Fullbright, y, entre otras entidades, la Televisión
Española y el California Counsel of the
Humanities. Su obra ha sido analizada en libros como El cine documental etnobiográfio de Jorge Prelorán (Argentina) y Cine documental en América Latina
(España). Recibió, entre muchas distinciones, una nominación al Oscar de la
Academia de Cine de Hollywood (1980), por su filme norteamericano Luther Metke at 94.
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