Los comienzos son no solamente confusos, son ideológicos, son fantasmáticos.

El cine ha sido soñado antes de ser fabricado y la parte de sueño nunca decreció

Jean-Louis Comolli

Elogio al cine monstruo

miércoles, 24 de abril de 2013

EN BUSCA DE UN PROTAGONISTA



Jorge Prelorán*

En la búsqueda del protagonista puede que nos frene el saber que no contamos con el dinero para llegar a él o para compensarlo por su colaboración.
                El tema de la financiación es algo de lo que no nos podemos evadir, pero no debemos dejar esa problemática anule nuestra creatividad. Tengamos en cuenta estrategias de sentido común para resolverlo. Lo más lógico es hacer nuestro trabajo cerca de donde vivimos para evitar los gastos que insumen viajes y estadías largas fuera del hogar. Por eso la primera mirada en busca del personaje podría hacerse dentro del propio barrio, pueblo o ciudad donde uno habita.
                Sin embargo, si somos gente de ciudad, pero tenemos la suerte de contar con algunos recursos, lo ideal para el que se dedique a esta profesión sería tratar de documentar personas alejadas de su ambiente, y situarse especialmente en zonas rurales.
                A mi entender, los acontecimientos muy cotidianos pueden y de hecho son muy importantes para adentrase en el conocimiento de una cultura, pero por serles familiares al cineasta o investigador, se corre el riesgo de que detalles fundamentales se pasen por alto o se los decida desestimar por considerarlos muy obvios. Algunos antropólogos explican que, cuando se les pregunta a los que participan en un estudio, el porqué de algún comportamiento, las respuestas suelen estar acompañadas de incredulidad: “Hacemos las cosas así porque se hacen así…”, y punto. El investigador tiene que explorar hasta lograr una explicación que le aclare el panorama. Si el investigador o filmador  es de la misma cultura, puede ver todo tan “natural” que lo que ocurre a su alrededor le parezca poco digno de documentar.
                Además, desde un punto de vista logístico, si enfocamos en la necesidad  de “robarle” tiempo a nuestros personajes, las zonas rurales son más sosegadas, los habitantes tienen más tiempo para compartir con los visitantes y, seguramente, ellos no asociarán el valor del tiempo al dinero como solemos hacer nosotros, los urbanos.
                Por otra parte, las personas de campo están más ligadas a la tierra, a los ciclos de la naturaleza, a estructuras familiares más estables, y la documentación se hace más manejable, menos compleja. Otra beneficio radica en el planeamiento: el filmador, después de un tiempo de convivir en la zona, puede predecir acontecimientos y estar preparado para captarlos con frescura en el momento en que ocurren. No olvidemos que el cine etnográfico tiene una regla de oro: precisamente, el de captar los eventos en el momento de su devenir cotidiano.
                Siguiendo con la idea de elegir una zona rural para filmar, mi experiencia me dice que es preferible definir lo antes posible quién será el protagonista. Y una vez lograda su aprobación para documentarlo, elegir un lugar de residencia lo suficientemente alejado para no interrumpir la rutina de aquellos que deseamos filmar, pero, a la vez, lo suficientemente cercano como para poder visitarlo a menudo sin tener que incurrir a gastos excesivos de viaje y tiempo.
                Es importante hacer el esfuerzo “ideal” hay que contar con un poco de suerte, mucho de paciencia y algo de técnica en lo que los antropólogos han dado en llamar “estrategias de reclutamiento”. Si se sigue la forma que antes comentaba de llegar a la cultura sin ideas preconcebidas, para dejarse guiar o inspirar por los personajes, y para así llegar a entender sus comportamientos, al comenzar un proyecto de filmación sólo contaríamos con la ingenuidad de un niño. ¿Cuál sería el primer paso? A mi entender, sabiendo con que recursos contamos, lo primero sería establecer la locación. Es decir, ver en un mapa hacia dónde encaminaremos nuestros pasos.
                Por ejemplo, si yo fuera un joven que vive en Buenos Aires y no tuviera mucho dinero para moverme, comenzaría a planear la realización de mí película analizando mis opciones. Vería qué podría encontrar de interés se enfocara mi búsqueda de personajes siguiendo un camino hacia el sur. Estudiaría las características de las poblaciones, los barrios, las pequeñas ciudades que se extienden casi sin interrupción hasta La Plata. Anotaría todo aquello que despertara mi curiosidad. Luego haría lo mismo hacia el oeste, tomando como destino final la localidad de Luján. Es posible que viera que en algunos de los pueblos hay chacras y lugares pocos poblados, quizás (pensaría yo) ahí encuentre personajes interesantes que podrían darme una idea más clara de los habitantes de las pampas.
                Por el contrario, si fuera ese mismo joven, pero con más recursos económicos que me permitieran moverme con más libertad,  pondría mi mirada fuera de la provincia de Buenos Aires. Y estaría analizando las posibilidades de filmación en el norte del país. En realidad esto fue lo que me paso a mí: al visitar el norte mi interés creció, encontré una geografía más variada, un ambiente natural que podría ser más dramático, más interesante de fotografiar.
                No dudo de que quien comience con este tipo de búsqueda va a preguntarse si será posible encontrar personas con historias que merezcan ser contadas. Mi respuesta es que sí las hay; es tarea del documentalista poner su esfuerzo, talento y sensibilidad para encontrarlas.
                Muchos documentalistas, entre los que me incluyo, han encontrado personajes extraordinarios que viven en forma muy semejante a como lo harían sus antepasados, con costumbres y tradiciones que nos puede enseñar mucho de la historia de cómo se fue formando el ser argentino. Los que conocen mi filmografía sabrán que el noroeste fue mi elección número uno; como dicen ahora: mi Plan A. Sin embargo, sugiero tener siempre un plan alternativo, el Plan B, por si los recursos para llegar a Jujuy o Salta resultan insuficientes, u otros inconvenientes se presentaran en el camino. Si eso pasara, y si para mi documentar fuera –como de verdad lo sentí- un compromiso ineludible, apelaría al Plan B, que podría implicar quedarme, por ejemplo, documentando el delta del Río de la Plata con se extensa red de afluentes, con pescadores aislados que podrían  compartir conmigo sus historias… O artesanos.
                O los fruteros que llevan sus productos al Tigre y cuyas vidas podrían darme la información que necesito para conocernos mejor. Pienso  que aprender  sobre la vida de los isleños, como consecuencia, nos enseñará acerca de aspectos de nuestra propia vida. ¡Un buen paso para comenzar a descubrir qué significa ser argentino!
                Una vez elegida la zona viene la preparación del viaje. Lo primero que sugiero es salir “ligero de equipaje”. Lo segundo, que ni bien se arriba a destino se elija un alojamiento temporal, ya que el definitivo se deberá determinar una vez que se logre individualizar al personaje.
                El paso siguiente es ponerse a la tarea de buscar el personaje; y por supuesto, la forma es comenzando tomar contacto con los pobladores del lugar. La idea es presentarse  con apertura y honestidad. Explicar lo que uno es: un documentalista que cuenta con recursos mínimos, interesado en conocer cómo vive la gente de la zona que –eventualmente- si se le da permiso, intentará hacer una película que refleje las vivencias del lugar. Explicar que uno no ha llegado para criticar, sino para aprender. Decir –si es posible- qué fue lo que nos hizo llegar: ¿su paisaje? ¿Una historia reciente escuchada por la radio?  Una vez entablada cierta relación, comentarle  varias personas el deseo de conocer a algún vecino considerado honesto y buen conocedor de la zona. Es interesante ver que muy a menudo las personas a quien se preguntan coinciden en el nombre de alguien que es especialmente respetado: a veces se trata de un artesano  a quien se admira por su destreza en el oficio, otras un payador al que se lo reverencia por su canto. Lo cierto es que ese alguien suele ser descripto como “una persona muy servicial, que le va a dar una mano cuando lo necesite”. Esta información es fundamental, esa persona puede llegar ser el personaje de nuestra película o el puente que nos lleve a él.
                El que varias personas de la comunidad lo señalen a un hombre o mujer como alguien especial es lo que nos indicaría que estamos ante la posibilidad de conocer a un ser “positivo”. A mi entender, encontrar a un ser con una imagen positiva es importante –viéndolo en la pantalla-, es alguien con el cual la audiencia puede establecer empatía, alguien que es fácil llegar a respetar; un ser que nos lleve a querer escucharlo, a querer entender –nosotros los de afuera-, los secretos de su cultura.
                Sugiero, para la elección del personaje de la primera película, a un artesano, o alguien que se dedique a hacer un trabajo repetitivo. Las ventajas son que esa persona estará trabajando la mayoría de las veces sobre algo bello y mediante un proceso que involucra repetición y cierto tiempo. Además, el artesano pasa la mayor parte del día realizando sus tareas en la casa, ocupándose de un proceso que, como queda dicho, exige cierta repetición. Esto nos da la facilidad de filmar con calma, ya que sabemos que lo que está haciendo hoy –si no podemos captarlo en el momento que ocurre-, habrá la oportunidad de documentarlo en un mañana. Es decir, es una actividad controlable, muy distinta a un encuentro fortuito o una ceremonia imprevista que, si la perdemos, difícilmente podríamos reemplazarla en imagen.
                Una vez individualizados los personajes, hay que dedicarle tiempo a las visitas. Recordemos que dije al principio que el tiempo era uno de los factores no negociables en el proceso de realización de etnografías.
                Mi experiencia me dice que parecería ser que no es uno el que elige al personaje, sino el personaje a uno. A veces, por intermedio de un amigo que nos conoce y convence al individuo de que nuestra intención es valedera, otras por un sueño que anunció nuestra visita y nos abre las puertas de la casa, otras por perros que se muestran amigables en nuestra compañía; lo cierto que todas esas cosas ayudan en el primer contacto, pero es el tiempo lo que cimienta la relación y permite profundizar la amistad.
                Cortado el hielo del primer encuentro, las continuas visitas permitirán entablar una relación cálida que sería el ingrediente básico para la realización de una película que yo llamaría de tipo humanista. Para mí, la película es siempre el reflejo de la relación con los personajes, y esa relación siempre está primero que la película en sí.  El personaje se va convirtiendo en el amigo que me guiará por el camino del descubrimiento de su cultura.
                Para facilitar la presentación de un modelo de producción de cine etnobiográfico, me permito seguir con la idea de que es preferible elegir una zona rural. En mi trabajo me di cuenta de que sea el eje central de la película y cuya biografía nos abra las puertas hacia un conocimiento más general. La búsqueda de  personajes secundarios es mucho más fácil, ya que suelen ser las personas que estén en relación con el personaje central. Es decir, el contacto con los personajes secundarios casi siempre se entabla a través del protagonista y/o su familia, lo que los antropólogos llaman técnicas de reclutamiento “bola de nieve”.
                Ya en contacto con el protagonista, e instalados en nuestra residencia permanente, con tiempo de confraternizar con las personas del lugar, viene el momento de la reflexión y la calma. Es el momento de hacer una lista de nuestras expectativas: ¿Qué es lo que esperamos lograr? ¿Qué inconvenientes anticipamos para nosotros mismos y para nuestro personaje como consecuencia del proyecto que nos estamos embarcando?  Con nuestra mente ya en claro, viene el paso siguiente: dialogar con el protagonista sobre los pro y contras que puede acarrearle la participación en un filme de este tipo.
                Sólo una vez establecido el compromiso mutuo –el personaje compartirá los conocimientos de su cultura y el documentalista los grabará con honestidad- se llegaría a la tan esperada filmación. Ya dentro de la propia documentación, recomiendo tener en cuenta lo que yo llamo “ejercicio de la humildad”: la cualidad de dejarnos guiar como chicos. Nuestra misión es aprender y para ello es bueno dejarse sorprender por lo nuevo, lo distinto que se nos muestre, estar dispuestos a oír lo que se nos explica, sin discutirlo ni criticarlo. Pienso que el comienzo de este proceso es el tiempo ideal de tomar apuntes; de grabar sin convertirnos en intrusos o disruptores de la rutina del hogar. El uso de la cámara sería para el futuro, éste es más que nada el momento de la observación e inspiración. Fue en ese período, en el que, en una de mis películas, Cochengo Miranda, sentí  la importancia del molino de viento. Había estado recorriendo la zona y había visto esos molinos, pero no me llamaron demasiado la atención. Sin embargo, una tardecita, mientras mateábamos con don Cachengo y él me contaba sobre las costumbres antiguas de la zona, me di cuenta de que esos molinos eran, no sólo sinónimo de vida, sino de libertad.
                El uso y cuidado del agua es vital para las familias que habitan en la zona desértica del oeste pampeano. Pero esos molinos les habían dado algo más que la posibilidad de sobrevivir. En el pasado, me contaba Cachengo, el agua se sacaba de pozos a tiro de caballo y para mantener una familia de seis, más unos poquitos animales para el consumo, tenías que emplear a dos personas de diez a doce horas diarias para llenar los bebederos. Demás está decir que su imagen la usé como metáfora y se convirtió en un leitmotiv de esa película. 



          
*Jorge Prelorán es Profesor Emérito de la Universidad de California, Los Angeles (UCLA), y en los últimos 40 años ha trabajado en el área de películas educativas. Comenzó su carrera docente en su país natal, la Argentina, en la Universidad Nacional de Tucumán, y la continuó en los Estados Unidos. Sus documentales registran la vida de personas en las Américas, aunque la mayoría de ellos comparten con el autor su nacionalidad argentina. Fue pionero en la creación del género de películas conocidas como etnobiográficas, historias de vida de personajes a través de los cuales es posible conocer en profundidad la cultura en la que están enraizados. El trabajo de Prelorán ha sido auspiciado por el Fondo Nacional de las Artes (Argentina), las Fundaciones Antorchas, Guggenheim y Fullbright, y, entre otras entidades, la Televisión Española  y el California Counsel of the Humanities. Su obra ha sido analizada en libros como El cine documental etnobiográfio de Jorge Prelorán (Argentina) y Cine documental en América Latina (España). Recibió, entre muchas distinciones, una nominación al Oscar de la Academia de Cine de Hollywood (1980), por su filme norteamericano Luther Metke at 94.       

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