“… lo que no puede ser visto tiene
que ser mostrado…”
Gerad
Wajcman
Film
documental realizado por Alain Resnais
que interpela a la memoria situándola en
un espacio, en este caso, un campo de concentración, quebrando el tiempo desde
el pasado y hacia el futuro.
Antes
que nada, las edificaciones, la representación de la lógica espacial en donde
transcurrieron los acontecimientos, las imágenes en color de un lugar que
testimonia la fría arquitectura de la destrucción y el aniquilamiento del
hombre a manos del hombre.
El
director por medio de esas imágenes nos dice he aquí una torre de vigilancia,
el cerco electrificado y más allá una carretera por donde pasan los autos. Estas son las primeras imágenes en color con
las que se inicia la película; y las mismas pueden ser leídas como una mera descripción,
como un inventario edilicio de lo que alguna vez fue la maquinaria nazi. Sin embargo, la voz que las acompaña le
otorgan una dimensión aún desconocidas por nosotros, los espectadores, que por
cierto ya las hemos visto centenares de veces; pero en esta ocasión nos
muestran lo que no puede ser contado a través de estas: el horror. Michel
Bouquet, quien presta su voz, nos advierte:
“…incluso un pueblo de verano con campanario
y feria puede transformarse simplemente en un campo de concentración…”.
A
partir de allí comprendemos que la temporalidad de las imágenes se ve afectada
por partida doble, primero las percibíamos como las huellas presentes de un
pasado, de aquello que ha sido, pero ahora también, como una amenaza futura de
lo que nos puede ocurrir si no testimoniamos y la vez narramos lo acontecido. Ya que ese lugar en donde sucedieron los
hechos puede ser un lugar cualquiera, un punto más en un mapa, un nombre más
como lo es y lo ha sido Auschwitz o Dachau.
De
esta manera se nos hace fácilmente aceptable interpretar el pasaje del blanco y
negro al color no ya como una ruptura, sino como una continuidad unida por el
delgado hilo de la imaginación narrativa, que no es otra cosa que situarse en
lugar de las víctimas y junto con ellas vivir, o mejor dicho, revivir el
terror. Sería un error, en este caso,
colocar a la imaginación como lo opuesto a la verdad. Acaso al detener nuestra mirada en una imagen
fotográfica no solemos llenar los intersticios que estas generan en nosotros. Nos remontamos al momento en el que fueron
sacadas, intentamos dilucidar los por menores de la misma, en la búsqueda de un
más allá de lo que nos ofrece su composición y nitidez, para lograr comprender
el porqué alguien ha sido capaz de registrar ese horror y al mismo tiempo
valorar su trabajo, ya que gracias a él podemos dimensionar la magnitud de los
hechos.
El
film presenta otra tensión en la contraposición de la quietud en algunas de las
imágenes fotográficas de archivo en relación al movimiento de la cámara, sobre
todo, en los planos secuencia, en el que se observa las vías del tren en el
presente. Una vez más, el juego con la
temporalidad, y más precisamente, con la duración. La cadencia con la que la cámara avanza por
las vías con la lentitud de quien está realizando interrogatorio policial a un
testigo clave e intenta dar con en el indicio que le permita entender cómo en
ese lugar, en donde hoy crece el pasto y el sol calienta, aconteció semejante
atrocidad. La duración de un evento quizás poco tenga que ver con la intensidad
del recuerdo que guardamos del mismo en nuestra memoria. Por ello, tal vez, el
rostro de aquel joven raquítico muerto con los ojos abiertos, sea una de las
imágenes más poderosas del film, a pesar, de solamente durar unos segundos. Qué tiempo debe poseer dicha imagen para
quedar en nuestra retina. Cuánta
extensión de tiempo hay que concederle al sufrimiento humano, y a la dicha.
Es
posible sintetizar, en el sentido de reunir en un todo y a la vez ofrecer el
detalle arrasador, lo qué significó el Holocausto tan sólo en treinta minutos.
"Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo
no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los
sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron
por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y
para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí"
Nota: 1945, Martin
Niemöller (pastor
protestante, 1892-1984). Erróneamente atribuida a Bertol Brecht.
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